“Mira hacia atrás, recuerda que eres un hombre”: el triunfo romano, el gran desfile que lideró Julio César, que acabó con Cleopatra y encantaría a Donald Trump

Antiguos y modernos

Esta ceremonia cargada de simbolismo político y religioso honraba a los generales victoriosos en la antigua Roma. Julio César consiguió encabezar cinco, el récord absoluto 

Donald Trump y Julio César

Donald Trump y Julio César

Getty Images

El pasado 14 de junio Donald Trump no tuvo el lustroso desfile que esperaba. Soldados marchando sin coordinación, poca afluencia de público y la lluvia deslucieron el acto. Desde un punto de vista histórico, el actual presidente de EE. UU. solo ha seguido una larga tradición que se remonta a los soberanos de Mesopotamia y que luego han practicado desde presidentes de la República francesa hasta dictadores comunistas y fascistas.

Pero si hay que hablar del simbolismo político de un desfile, uno de los máximos referentes históricos son los triunfos celebrados durante siglos en la antigua Roma, durante la monarquía, la república y el imperio. Una mezcla de glorificación del poder militar y termómetro de la situación política del momento.

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Como tantas otras cosas vinculadas a Roma, sus orígenes son inseparables de la mítica fundación de la Ciudad Eterna. Según la tradición, Rómulo fue el primero en celebrar una de estas ceremonias, tras su victoria sobre Acrón, rey de los ceninetas (otro pueblo del Lazio).

Si se buscan referentes más históricos que legendarios, hay que fijarse en el dictador Marco Furio Camilo, el “segundo fundador de Roma”. Celebró cuatro triunfos, solo superado por el mismísimo Julio César, quien protagonizó cinco. Su gloria se cimentó en la reconstrucción del poder romano tras las derrotas sufridas contra los galos a principios del siglo IV a. C.

El triunfo de Furio Camilo, por Francesco Salviati

El triunfo de Furio Camilo, por Francesco Salviati

Dominio público

Una parte importante de la lista de generales victoriosos quedó recogida en las placas de mármol de los Fasti Triumphales que reflejaron a los protagonistas de estas ceremonias entre 753 a. C. (fecha de la fundación de Roma) hasta 19 a. C. Este registro solo se ha conservado parcialmente, aunque hay constancia de estos desfiles hasta el siglo VI d. C., donde el escenario ya era Constantinopla.

La marcha de la victoria

Todo el simbolismo político y militar se plasmaba en la organización del desfile por las calles de Roma. El día fijado para el evento todos los participantes acudían al campo de Marte, el punto de inicio justo fuera del pomerium, el recinto sagrado de la urbe. Aunque se desconoce su trazado exacto, el punto final era el templo de Júpiter Capitolino en el Foro.

Según estos puntos de referencia, los historiadores han calculado que el triunfo recorría unos cuatro kilómetros, el cuádruple del que se vio en Washington.

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Los expertos también consideran que esa distancia debió de ampliarse en varias celebraciones por la magnitud de algunos desfiles. Por ejemplo, en el triunfo de Emilio Paulo sobre Macedonia en 167 a. C. se exhibieron 2.700 carros con el armamento capturado a las falanges, lo que requeriría una gran cantidad de espacio.

Un primer punto de este recorrido era la entrada por la Porta Triumphalis (la ubicación exacta varía según la fuente). Allí, el general escenificaba su sumisión a las leyes de la República haciendo entrega simbólica de su mando militar al Senado.

El triunfo de Emilio Paulo

El triunfo de Emilio Paulo

Dominio público

A partir de ahí, comenzaba la marcha por las calles de Roma. Primero, se exhibían los carros con el botín. Llamaban la atención las coronas de los monarcas enemigos, toda una muestra de la sumisión lograda. También podían verse maquetas o pinturas de momentos de la campaña, para que el público conociera cómo se había producido la victoria. Esta parte inicial de la marcha se cerraba con dos bueyes blancos que serían sacrificados al final.

Luego marchaban los cautivos. Aquí se primaba la exhibición de los líderes enemigos y sus familiares. Los más destacados enemigos de Roma que acabaron desfilando por sus calles cargados de cadenas fueron el monarca númida Yugurta, el caudillo galo Vercingétorix, la reina Zenobia de Palmira… Uno de los motivos que llevó a Cleopatra VII de Egipto al suicidio fue el deseo de no verse sometida a esta humillación.

Yugurta esposado.

Yugurta esposado

Dominio público

A veces, si Roma quería mostrarse vengativa con los enemigos, ejecutaba a estos cautivos. Fue el caso del triunfo de Tito celebrado en 71 d. C. con motivo de la primera guerra contra los judíos.

Tras los prisioneros venía el general homenajeado. La tradición mandaba que montara en un carro tirado por cuatro caballos blancos, animales asociados a la victoria. Junto a él iba un esclavo o un compañero de armas que le advertía: “Mira hacia atrás, recuerda que eres un hombre”. Contrariamente a algunos tópicos, la expresión Memento mori (“recuerda que eres mortal”), no proviene de aquí, sino del ámbito de la filosofía.

El general lucía una corona de laurel y vestía una toga púrpura con bordados dorados. También podía llevar en la mano izquierda un cetro de marfil, otro símbolo de poder seguramente asumido por influencia de los reyes etruscos. Iba acompañado de un séquito formado por senadores y los lictores, la guardia personal del comandante. Este llevaba la cara pintada de rojo, un color vinculado a Júpiter.

La gran comitiva la cerraban los soldados que habían tomado parte en la campaña. Estos legionarios solían ir con togas en lugar de sus armaduras. Sobre si portaban armas, las fuentes son un tanto contradictorias.

Legionarios en formación

Legionarios en formación

Terceros

Por ejemplo, Plutarco y Tito Livio dicen que el triunfo era la única ocasión en que las tropas podían entrar armadas a la ciudad (la tradición consideraba Roma una zona desmilitarizada). Otras descripciones de triunfos celebrados por Julio César o Vespasiano indican lo contrario.

Pompeyo y Trump, desfiles paralelos

Además del simbolismo del poder romano que representaba un triunfo, la propia decisión de celebrarlo o no tenía una profunda carga política, más allá de los méritos cosechados en el campo de batalla.

Era el propio general quien solicitaba al Senado celebrar el triunfo. Primero, desde el escenario de la campaña, enviaba las “cartas laureadas”, una especie de comunicados oficiales donde avanzaba sus intenciones. Luego se formalizaba la petición cuando ya hubiese regresado a Roma en el templo de Belona, diosa de la guerra y esposa de Marte.

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La petición no era ninguna garantía o un mero formalismo. La decisión del Senado dependía de criterios un tanto subjetivos. Por ejemplo, la victoria debía ser decisiva para los intereses romanos, es decir, que incorporara territorios o acabara con un rival peligroso, como Mitrídates VI.

Con el tiempo se añadieron más criterios, por ejemplo, un texto de época de Tiberio (14-37 d. C.) hablaba de que podía premiarse a un general que hubiera logrado la muerte de cinco mil enemigos.

Busto del emperador romano Tiberio. Escultura en mármol de Herculano, siglo I d. C.

Busto del emperador romano Tiberio. Escultura en mármol de Herculano, siglo I d. C.

Leemage/Corbis vía Getty Images

De todas formas, la decisión final iba a estar muy condicionada por el posicionamiento ideológico del general. Al fin y al cabo, los cargos militares y políticos en Roma estaban muy vinculados.

Por ejemplo, ni todas las dotes oratorias de Cicerón le permitieron conseguir la celebración de un triunfo por una campaña contra los partos cuando era gobernador de Cilicia hacia el año 51 a. C. Las dudas sobre el desarrollo de las operaciones y la desconfianza hacia sus ambiciones políticas lo desacreditaron para protagonizar un desfile.

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En cambio, Pompeyo supo aprovechar el momento político para celebrar triunfos que fomentaran su fama de gran general. La primera de estas ceremonias le fue concedida por su campaña en el norte de África contra los númidas y los partidarios de Mario. Muchos senadores trataron de oponerse por su juventud (apenas tenía 25 años) y por no haber ostentado un cargo oficial.

Incluso el principal valedor de Pompeyo, el dictador Sila, dudó, recelando de la estrella ascendente de su pupilo. Pero al final cedió a la enorme popularidad de su joven general y le concedió el triunfo.

La ciudad de Roma durante los tiempos de la república. Grabado de Friedrich Polack, 1896.

La ciudad de Roma durante los tiempos de la república. Grabado de Friedrich Polack, 1896

Dominio público

A partir de aquí, Pompeyo celebró el primero de sus tres grandes desfiles, en los que pueden verse ciertos paralelismos con el de Trump. La polémica con su primer triunfo no se limitó a la arena política. También se habló mucho del descontento que mostraron sus tropas durante la celebración, por los impagos de sus salarios y el escaso botín recibido.

El segundo triunfo de Pompeyo (71 a. C.) fue por la victoria sobre Sertorio. La concesión fue más plácida y le abrió las puertas a ser cónsul, aunque tuvo que compartir el honor con el hombre más rico del momento, Marco Licinio Craso. Comenzaron su mandato con voluntad de colaborar; al final, imperó el desacuerdo. La comparación con Trump y Elon Musk es inevitable.

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En el tercer triunfo con Pompeyo también hay un paralelismo con Trump y su desfile. Fue en el año 61 a. C., de nuevo parecía inapelable, ya que el romano había vencido a grandes enemigos de Roma, como Mitrídates o los piratas cilicios. Para dar más importancia a su figura, el general romano también hizo coincidir la ceremonia con su cumpleaños.

Con la instauración del imperio, la decisión de celebrar un triunfo recayó totalmente en los césares. Poco a poco se fueron restringiendo estas ceremonias. Pasaron a celebrarse solo en honor del soberano de turno o de sus más allegados. Este nuevo criterio implicó un descenso notable del número de desfiles.

Escena de 'Los triunfos del César', de Andrea Mantegna

Escena de 'Los triunfos del César', de Andrea Mantegna

Dominio público

Así se quería poner de manifiesto que la gloria de la conquista solo correspondía a los emperadores, y también era una manera de certificar la lealtad de las legiones. Con el paso del tiempo, la ceremonia fue cambiando. La llegada del cristianismo eliminó mucha simbología pagana.

La última referencia a un triunfo data del año 534 en Constantinopla (hacía 130 años que en Roma ya no se celebraban). Fue con motivo de las exitosas campañas de Belisario para recuperar buena parte del antiguo territorio del Imperio romano en Italia y el norte de África.

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