La Escuela de los Sueños
Cada edificio cuenta una historia. Y una de las favoritas de Adjaye es su Escuela de los Sueños (Dream Charter School) en el Bronx. La googleo y me paseo encantado por un espacio inefable que era... ¡una fábrica de hielo! Si yo fuera niño, ha acertado sir David, querría quedarme a jugar allí tras las clases. Esa arquitectura que desvela la vieja fábrica les enseña, además, física, tecnología, empresa... La vida. Y eso es educar: conectar a los niños con la realidad que es y la que podrán construir. “Si quieres explicarles la gravedad –me dice ilusionado–, nada como poner en marcha las viejas bombas de agua que he preservado para darles la póstuma y heroica misión de enseñar. Nada de derribar la vieja fábrica, “porque es peligrosa”: ¡celebremos nuestro pasado y nuestro futuro con la escuela del hielo y algún niño fundará otra algún día!
De Tanzania a ser el arquitecto estrella del Smithsonian...
La vida es un juego lento y variable que solo se gana con constancia y valores...
Sir David: ¿cómo lo ha logrado?
Si tienes esos valores, la gente acaba reconociéndolos en ti, porque ese juego de la vida también es un viaje que nunca se hace solo, sino con los demás. Y si nos ayudamos, es mucho mejor.
¿Cómo empezó su camino?
Nací en Dar es Salaam, Tanzania, Pero fui afortunado. Mi padre era diplomático y tuve tres hermanos. Uno de ellos nació discapacitado físico y mental.
¿Qué hicieron?
Mis padres decidieron venir a Europa a operarlo en el hospital pediátrico Great Ormond Street Hospital en Londres y allí estudié yo desde que tenía 11 años.
¿Por qué estudió arquitectura?
Porque era y soy uno de esos tipos atormentados por la injusticia que se sienten responsables ante quienes la sufren. La historia de mi hermano me parecía muy injusta y nuestra vida con él era muy dura.
¿Qué podía hacer usted?
Estudiar arquitectura, porque llevarlo por las escaleras y el metro y las calles era una tortura. No había rampas ni ascensores ni baños para discapacitados ni las normativas que hoy son habituales.
Y nos alegramos de que lo sean.
Pero entonces yo me atormentaba pensando en que ni mi hermano ni mi familia podrían sobrevivir en ese mundo. Yo lo quería arreglar para él para empezar.
¿Qué hizo?
Mi primer proyecto fue un centro para discapacitados en Londres.
¿Cómo era?
Quería que fuera el sitio donde los discapacitados pudieran vivir como cualquier ciudadano en el centro de Londres y gané con aquella obra el mayor reconocimiento para arquitectos en el Reino Unido, la medalla del Royal Institute of British Architects (RIBA).
Pues enhorabuena.
Mis profesores me decían que podía proyectar cualquier edificio y que mi trabajo con mi hermano no tenía por qué determinar mi obra.
¿Por qué insistió usted en ese centro?
La arquitectura me interesa en la medida en que cambia la vida de la gente. No quiero hacer algo solo “bonito”.
¿Qué quiere?
Me da igual si los ladrillos son bonitos: quiero que cambien la vida de la gente y que den poder a quien no lo tiene y justicia a quien no la ha tenido. Quiero que mis edificios hagan algo por la comunidad.
Pues mucha suerte: ya ha empezado.
Para ser arquitecto aún soy joven. Y diferente de la mayoría: me interesaba y me interesa mucho más la historia de la gente y las sociedades que la de los ladrillos. Así que no sigo el canon habitual esteticista entre la arquitectura de elite.
Algunos de los grandes arquitectos entrevistados aquí tenían más ego que obra.
Porque sus edificios icónicos sirven a su narcisismo más que a la gente. Y yo no estaba de moda hasta que conecté con auténticos artistas que vibraron no conmigo sino con mis valores y así fuimos construyendo bibliotecas, colegios edificios de viviendas... Hasta llegar al Museo Smithsonian de Washington en el 2018.
¿Y después?
Quise volver a mis raíces. Quise volver al África. Abrí mi despacho en Ghana.
¿Había dinero para sus proyectos allí?
No del sector privado, pero sí de instituciones y de la administración... Al empezar, proyecté, sobre todo, colegios.
¿Cómo?
Son el corazón de la sociedad y su futuro, así que convencí a todos de que no fueran edificios elementales: ¿por qué un cole tiene que ser un edificio básico? Al contrario, es la mejor inversión de un país.
¿Cómo sabe si su edificio sirve?
Vuelvo a mis coles y pregunto a los chavales si se quieren quedar en el cole tras la clase, y si quieren... ¡ha funcionado!
¿Y los hospitales que diseña cómo son?
Ahora diseño 111, la infraestructura de toda una nación, para Ghana. África necesita esas infraestructuras masivas y no solo un dispensario aquí o allí de caridad.
Si tienen el dinero para construirlo...
Ese es mi reto. Los gobiernos africanos me dicen: “David: solo tenemos esto...”.
¿Y usted puede con “solo esto”?
Tengo un equipo maravilloso pluridisciplinar de 200 profesionales con médicos y constructores que optimiza el gasto.
¿Quirófanos, aparatos sofisticados...?
Pero también aire libre y contacto humano: tenemos 20 acabados y en 5 años tendremos los 111. Hay edificios icónicos, pero estos serán la vida misma.