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Míriam Martínez, voluntaria: “Haré habitables contenedores marítimos para los gatos, yo con un colchón en el suelo y un mini baño me conformo y tengo suficiente; me paso todo el día a su servicio”

Testimonios

A sus 40 años, Míriam Martínez cuida de más de un centenar de gatos en su santuario y gestiona diez colonias felinas en distintos puntos de Requena (Valencia)

Tanto es su compromiso que hasta la policía local ha empezado a dar su número personal a vecinos que encuentran gatos abandonados, a los que gestiona con su dinero. “Debo ya más de 4.000 euros de veterinarios de mi propio bolsillo”, explica

Míriam Martínez cuida de un centenar de gatos. 

Cedida

A las afueras de Requena (Valencia), sobre un terreno aún sin luz ni agua corriente, rodeado de zanjas que ella misma ha cavado para proteger a sus inquilinos, Míriam Martínez construye el lugar que ha decidido dedicar a los gatos más vulnerables. Lo ha llamado Gatopía, “porque es mi utopía diaria”, dice. Un nombre que condensa bien su propósito: crear un santuario definitivo para animales que, por su condición, difícilmente tendrían otro lugar donde vivir. “En mi Santuario de la Gatopía tengo gatos salvajes, enfermos, mutilados, viejos… Sé que jamás se los va a llevar nadie, tengo lo que nadie quiere”.

Míriam tiene 40 años y una determinación que no deja espacio para la tregua. Cada día se levanta a las ocho de la mañana y no se detiene hasta pasada la medianoche. Dedica todas las horas del día —y muchas noches— a sus gatos. No se toma descansos, ni festivos. “No tengo ni un solo domingo libre, trabajo para mis gatos todas las horas del mundo, pero me veo viviendo así toda la vida”, confiesa, aunque también admite que necesita ayuda externa: “Una persona sola no puede aguantar esto de manera indefinida”.

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La historia de Gatopía empieza hace más de una década, cuando adoptó a sus primeros gatos. Pronto comenzaron a llegar más, muchos más. “Venían hacia mí, me buscaban, sentía que me necesitaban y yo me entregaba a todos ellos sin poner jamás ningún límite ni restricción”, explica Míriam. Hoy cuida de más de un centenar de gatos en su santuario, pero también gestiona diez colonias felinas en distintos puntos de Requena. “Cada día cuido con esmero de las diez colonias, me paso todo el día a su servicio”.

Lo hace prácticamente sola, sin apoyo institucional ni subvenciones. Su principal fuente de financiación son los pequeños donativos que recibe a través de su cuenta de Instagram —@la_gatopia_de_miriam, donde supera los 30.000 seguidores— y la venta de productos artesanales que ella misma diseña y vende en mercadillos. “Diseño camisetas, bolsas, mochilas… y lo vendo yo misma para recaudar dinero para todos los gastos infinitos que tengo; mi sensación es que vivo en un barco en alta mar cada día más lleno de boquetes, por los que entra agua y más agua”.

Debo ya más de 4.000 euros de veterinarios de mi propio bolsillo

Míriam Martínez

A ese esfuerzo diario se suma el desgaste emocional. La ansiedad, cuenta, es constante. “Muchas noches solo puedo dormir poco más de una hora seguida por pesadillas, me llaman un montón de números de teléfono que no conozco y siempre pienso: ¿y qué va a pasar ahora?”. Además, señala que incluso la policía local ha empezado a dar su número personal a vecinos que encuentran gatos abandonados, como si ella fuera una funcionaria pública. “Debo ya más de 4.000 euros de veterinarios de mi propio bolsillo”, dice.

Su crítica hacia las administraciones públicas es contundente. “Desde el año 2023, por ley, los ayuntamientos deberían poner en acción un riguroso protocolo de colonias felinas, y no lo están haciendo; hay que microchiparlos, esterilizarlos y desparasitarlos, y lo estoy haciendo yo”. Según Míriam, las instituciones incumplen sistemáticamente sus obligaciones. “Los gobiernos municipales deberían tener, como servicio público, una recogida de animales 24 horas, un veterinario disponible 24 horas, e incluso un albergue municipal para acoger a animales con problemas, y nada de todo eso existe”.

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Míriam está construyendo un santuario para gatos con sus propias manos. 

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En contraste con esa ausencia institucional, su proyecto se sostiene con gestos individuales de enorme generosidad. Como el de Rebeca, una seguidora alemana que le donó 4.000 euros para ayudarla a comprar los primeros dos contenedores marítimos que hoy está convirtiendo en viviendas para sus gatos. “Voy a hacer habitables los contenedores para los gatos. Yo con un colchón en el suelo y un mini baño me conformo y tengo suficiente”, cuenta. Su idea no es construir un edificio, sino reciclar esos contenedores metálicos y adaptarlos como hogares definitivos para los felinos. “Compraré un camping gas para cocinar, un generador para tener algo de luz, unos depósitos de agua y cuatro cosas más, tengo que hacerlo todo yo sola porque ahora mismo aquí no hay nada”.

Para Míriam, cuidar animales no es una afición ni un trabajo. Es un mandato íntimo. “Necesito ayudarlos a ellos porque yo también me he sentido muy sola a lo largo de la vida, en la soledad y la indefensión de los gatos percibo mi propia soledad y fragilidad humana”. Esa sensibilidad también se refleja en su forma de vida: es vegana convencida y rechaza cualquier forma de maltrato o explotación animal. “Para mí ellos son los seres más indefensos del mundo, son los olvidados de este planeta, y como ellos no tienen voz propia… pues alguien se la tiene que dar”.

Necesito ayudarlos porque yo también me he sentido muy sola a lo largo de la vida, en la soledad y la indefensión de los gatos percibo mi propia soledad

Míriam Martínez

Su solidaridad incansable también se hizo patente durante uno de los episodios más duros que ha vivido su comunidad: las trágicas inundaciones provocadas por la DANA que arrasó Requena y otras zonas de Valencia. “Cuando aquella maldita DANA arrasó con todo lo que pudo en Requena, conocí a unas chicas que rescataban gatos que estaban perdidos y desorientados a través del cauce del río que se había desbordado. Estuve trabajando mano a mano con ellas”, recuerda. 

Así, durante días, cuidaron a los animales rescatados en condiciones extremas, sin apenas recursos. “La verdad es que los alimentábamos con lo que podíamos conseguir para ellos, pero, de repente, no entiendo bien por qué motivo, aquellas chicas desaparecieron de repente y me dejaron a mí sola ante el peligro”. Desde entonces, Míriam se ha hecho cargo de muchos de esos gatos. Ocho de ellos viven hoy en su santuario, y otros fueron dados en adopción. Algunos siguen en la calle, pero bajo su vigilancia. “Muchos de ellos todavía están deambulando por las calles de Requena, ahora ya no hay peligro para ellos, y los alimento a diario, pero en cuanto tenga mi terreno habilitado, me los traeré aquí a todos conmigo”, concreta.  “Aquellos gatos estaban destinados a una muerte segura. Ahora están a salvo y me siento feliz y orgullosa por haberlo logrado”.

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Y es que su compromiso no solo es emocional, también es político. “Realizo cada día un montón de tareas que debería estar haciendo el gobierno municipal”, insiste. Pero lejos de rendirse, sigue adelante, como puede, con lo que tiene. “Estoy construyendo un verdadero santuario para los gatos. No son animales de paso, que entran y van a salir, los gatos que entran en nuestro santuario se quedarán a vivir aquí conmigo para siempre. Este es y será su hogar definitivo”.

El suyo es un proyecto profundamente personal. Un intento de reparar, en parte, sus propias heridas a través del cuidado de otros seres vulnerables. “Mis padres eran muy jóvenes cuando me trajeron al mundo, y yo hice lo mismo. Fui madre con apenas veinte años. Eso es un camino de soledades e incomprensiones que te hacen crecer antes de tiempo y madurar de manera prematura”, recuerda. Hoy, ese proceso vital parece haber encontrado su cauce en Gatopía. “Se me ensancha el corazón de satisfacción cada vez que sé que he ayudado a un gato a tener una vida mejor que la que tenía antes de conocerme”.

Hay pocas certezas en la vida de Míriam, pero una de ellas es que no piensa rendirse. “Ellos me salvaron la vida a mí”, repite. Por eso sigue, cada día, construyendo —literalmente— un refugio para los que no tienen a nadie.

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