Lo peor no es lo que ocurre ahora, sino las posibles secuelas.
Si el escepticismo sobre las vacunas y las renuncias individuales continúan acelerándose, factores que se incrementan en Estados Unidos con el aval de la administración Trump, el impacto no se limitará al sarampión, según los científicos.
“Hoy estamos hablando del sarampión, pero en el futuro analizaremos todas las enfermedades infantiles prevenibles, potencialmente”, alertó el doctor Peter Hotez, experto en pediatría y virología molecular en el Baylor College.
Hotez realizó esta reflexión una vez que esta semana se conoció que en EE.UU. se han registrado más casos de este virus contagioso que en ningún otro año desde que en el 2000 se declaró eliminado en este país.
En lo que va de año se han registrado 1.288 casos; el 92% de los afectados no estaban vacunados
Así lo indicaron los datos difundidos por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). Hace más de tres décadas que no se alcanzaba el techo de 1.288 diagnósticos confirmados. El 92% de los pacientes corresponde a personas no vacunadas.
Esta es la cifra más alta desde 1992. En comparación, en el 2024 hubo 285. En 1999 se contabilizaron 1.274 afectaciones, que se vincularon a un gran brote que se propagó a través de comunidades de judíos ortodoxos en el estado de Nueva York durante doce meses.
La mayor parte de los casos diagnosticados desde enero se ha registrado en el suroeste del país y su origen se halla en una comunidad menonita al oeste de Texas. De ahí se propagó a Nuevo Mexico y Oklahoma, pero se han contabilizado enfermos en 38 estados.
Algo que no sucedía desde hace más de diez años.
Dos niños no vacunados y un adulto han fallecido por esta enfermedad, algo que no sucedía desde hace más de diez años. El efecto completo del brote podría no ser evidente durante años.
Este récord sombrío significa, según los especialistas, un retroceso crítico en la salud pública y aumenta la preocupación de que, si no mejoran las tasas de vacunación, los brotes mortales de sarampión, una enfermedad considerada del pasado, se convertirían en la nueva normalidad. Aunque los síntomas se superan de habitual en pocas semanas, el virus puede causar neumonía e incluso edema cerebral que deje daños duraderos como ceguera, sordera y discapacidad intelectual.
Como el doctor Hotez, otros colegas consideran que el sarampión es lo que se describe como el canario en la mina, el primer signo de que la indolencia ante la vacuna propicia que se abandone la prevención ante otras enfermedades como la tos ferina o la meningitis, que pronto serían más comunes.
Mientras la gran mayoría de los especialistas hacen sonar las alarmas, Robert Kennedy Jr., secretario de Sanidad en el gobierno Trump y reputado antivacunas, no ha hecho más que minimizar la importancia del brote, al ofrecer una apoyo moderado o escaso a los inmunizadores o promocionando tratamientos alternativos no probados científicamente.
Ante la inoperancia del gobierno, y si continúan creciendo los casos a este ritmo, Hotez teme que EE.UU. corra el riesgo de perder el estatus de eliminación logrado en el 2000, algo que se logró evitar en 1999.
Un símbolo de cuánto ha empeorado el discurso sanitario
Si la propagación continúa más de doce meses, esto significará que no se ha frenado la transmisión sostenida.
Aunque la pérdida de ese estatus no equivale a cambios tangibles, como imponer restricciones de viajes, esto supondría un desarrollo profundamente vergonzoso para EE.UU., recalcan los expertos. Sería un símbolo de cuánto ha empeorado el discurso sanitario y de cómo se han politizado las vacunas.
Efecto propagación global
Los especialistas sanitarios afrontan el temor de que el brote de sarampión en Estados Unidos solo sea el principio y que las circunstancias empeoren con el retorno de las enfermedades infantiles por el rechazo o la indiferencia del gobierno ante las vacunas. Pero su preocupación va más allá porque consideran que lo que se está viendo en EE.UU. no se va a quedar en EE.UU. En otros países se están produciendo propagaciones del sarampión, porque el escepticismo ante los inmunizadores crea un nuevo orden mundial en el que la política estadounidense tiene mucha influencia. El movimiento antivacunas de EE.UU., bien financiado y con el visto bueno de la administración de Washington, ha ganado protagonismo en numerosos lugares donde ha habido una caída abrupta en sus altas tasas de vacunación.