En el caso de los reyes británicos, muchos (desde luego los republicanos) dirían que la suya es una vida de privilegio de cuya rutina diario no tienen que descansar demasiado, y que acudir a cócteles, presidir galas y atender a dignatarios extranjeros no es precisamente picar piedra. Desde su punto de vista, sin embargo, tienen muy claro cuándo están en activo y cuándo de vacaciones.
Balmoral es la residencia de verano de los monarcas ingleses desde 1855, cuando la reina Victoria y el príncipe Alberto –enamorados de Escocia– compraron el castillo. La casa original quedó pronto aparcada como una especie de anexo para las visitas, dado que no era suficientemente grande para la totalidad de la familia real y el mínimo de sesenta sirvientes que consideraban imprescindible. Así que construyeron la actual mansión.
En Balmoral (20.000 hectáreas en las Tierras Altas escocesas, un paraíso natural con su propio río repleto de truchas y salmones, y una amplia fauna de urogallos, ciervos rojos, caballos y las típicas vacas peludas de la región) han pasado muchas cosas, la última de ellas la muerte de Isabel II en septiembre del 2022, y el subsiguiente rifirrafe entre Enrique, su hermano y su padre que acabó con el exilio del susodicho en California.
A pesar de sus paisajes idílicos, la princesa Diana –una mujer de ciudad– siempre detestó Balmoral, que consideraba un lugar aburrido en el que no había nada que hacer. Seguramente también le tenía manía porque es donde fue introducida a sus suegros y cuñados, una relación complicada desde sus inicios y que acabó, tras la aparición en escena de la actual reina Camila, como el rosario de la aurora.
THE CROWN Y THE QUEEN
Una residencia real muy cinematográfica
Imágenes de los diversos edificios que forman parte de Balmoral y de sus paisajes aparecen en la serie de Netflix The Crown y la película The Queen (2006), una de cuyas escenas iniciales muestra a la reina Isabel mirando fijamente con pena a un ciervo que pronto será cazado, y que algunos han considerado como un símbolo de una monarquía en horas bajas
Dentro de la aproximación de la monarquía al pueblo emprendida por Carlos III, Balmoral se abre al público en esta época del año (del 1 de julio a principios de agosto), con cuarenta entradas diarias para quienes paguen entre 120 y 180 euros por el privilegio de recorrer los jardines y las estancias no privadas, admirar el silbato con que solía llamarse al chófer y el gong para advertir a los invitados de que la cena estaba lista, y de tomar un té servido en una réplica de la vajilla que utilizan los Windsor. Un precio no exactamente popular , parecido al de una entrada a la ópera, un concierto rock o una tribuna en el fútbol.
A Carlos III le encanta la tranquilidad de Balmoral y el hecho de que sea propiedad privada suya, y no de la Corona. Al clima lluvioso y frío incluso en verano está acostumbrado. Lo que no soporta son los gigantescos mosquitos escoceses, que no distinguen entre sangre roja y azul...