“Mi gata estaba apagada y dormía todo el día, pero nunca imaginé que su falta de interés tenía que ver con algo tan básico como cazar”: los beneficios de incentivar la conducta predatoria en los felinos
Si el gato no tiene la oportunidad de desplegar su instinto cazador, puede presentar síntomas de tensión y desequilibrio, así como de apatía o desmotivación
Según cuentan los expertos, la conducta predatoria no está motivada por el hambre, sino por el instinto, y se mantiene viva incluso en gatos que nunca han salido de casa
tabby domestic shorthair cat on the prowl outdoors on grass crouching in sunlight
Irene vive con Teo, un gato de dos años, en un piso tranquilo de la provincia de Barcelona. Me contactó no porque su compañero tuviera un problema evidente, sino porque sentía que algo no terminaba de encajar. “Está bien, pero es que no para quieto, sé que le pasa algo, pero no entiendo qué”, me escribió. Su intención era conocer mejor a su gato y poder ofrecerle una vida más rica y completa.
A simple vista, Teo parecía un gato joven, sano y algo travieso. Sin embargo, durante la sesión, empezaron a aparecer señales que pasaban desapercibidas precisamente por lo comunes que resultan en la convivencia diaria. Por ejemplo, buscaba la atención de Irene mediante maullidos frecuentes, mostraba una fuerte fijación con la comida y comenzaba a presentar sobrepeso. Además, en ciertos momentos del día, se activaba de forma intensa, explorando todo el entorno, subiéndose a alturas y tirando objetos al suelo. Asimismo, experimentaba “explosiones de energía” repentinas, en las que corría por la casa como si estuviera siendo perseguido, y tenía una fascinación casi obsesiva por reflejos o movimientos diminutos, como si estuviera siempre en alerta, esperando el momento de acechar.
No eran síntomas preocupantes por sí solos, pero sí indicaban algo importante: Teo no tenía la oportunidad de desplegar su instinto cazador. No le faltaban juguetes, pero sí un contexto que diera sentido a ese juego, y que le permitiera recorrer, paso a paso, la secuencia completa de caza: observar, esconderse, acechar, lanzarse y atrapar. Y es que cada una de estas fases activa al gato a nivel físico, mental y emocional, y cuando no puede desarrollarlas con regularidad, la energía acumulada se transforma en tensión y desequilibrio. No se trata únicamente de moverse más, sino de poder actuar con propósito, manteniendo la atención, midiendo los tiempos y tomando decisiones, justo como haría si tuviera que capturar una presa.
La conducta predatoria: dos caras de la misma moneda
La conducta predatoria —es decir, ese conjunto de acciones que realiza el animal para cazar a la presa— no está motivada por el hambre, sino por el instinto, y se mantiene viva incluso en gatos que nunca han salido de casa. En libertad, intentan cazar muchas veces al día, aunque la mayoría de los intentos no terminen en éxito. Lo verdaderamente importante no es capturar, sino realizar el proceso: mantener la atención sostenida, controlar el cuerpo, calcular el momento exacto, fallar, volver a intentarlo. Incluso cuando atrapan una presa, muchos no la matan de inmediato; la manipulan, la sueltan y la recuperan varias veces, no como un acto de crueldad, sino como una necesidad profundamente arraigada, que les permite regular su estado interno y mantenerse en equilibrio.
La conducta predatoria está motivada por el instinto, y se mantiene viva incluso en gatos que nunca han salido de casa
La historia de Irene y Teo es solo una cara de esta realidad. Zaira, por ejemplo, me escribió por un motivo completamente opuesto: su gata Lila, de cinco años, dormía casi todo el día, no mostraba interés por el entorno y rechazaba cualquier tipo de juego. “Es como si nada la motivara, se aburre con todos los juguetes”, me dijo. No había hiperactividad, ni ansiedad, ni vocalizaciones; solo una calma que, bajo la superficie, escondía una desconexión preocupante. La apatía en un gato no siempre se interpreta como un problema, pero muchas veces tiene el mismo origen que la agitación: una necesidad profunda de actuar, de conectar con su entorno, que ha quedado bloqueada por falta de estímulos adecuados.
Con ambas familias trabajamos desde puntos distintos, pero con una raíz común: recuperar el comportamiento natural de caza. Para Teo, creamos un entorno más desafiante, con estructuras verticales para trepar y observar, zonas de seguridad donde esconderse y relajarse sin interrupciones, juguetes interactivos que implicaran esfuerzo mental, y comederos que transformaran la alimentación en un reto que exigiera concentración y estrategia. Con Lila, en cambio, el enfoque fue más pausado: empezamos escondiendo pequeñas porciones de comida en distintos rincones, introduciendo texturas nuevas, elementos olfativos y juegos suaves que despertaran su curiosidad sin presionarla, hasta que fue ella quien comenzó a buscar el movimiento, el estímulo, el reto.
playful gray and white tabby cat; view from above, second cat in background
No se trata de llenar la casa de objetos, sino de ofrecer escenarios con lógica donde el gato pueda explorar
No se trata de llenar la casa de objetos, sino de ofrecer escenarios con lógica, donde el gato pueda explorar, esconderse, planificar, tomar decisiones y mantener el control sobre su conducta. Cada individuo tiene sus preferencias: algunos disfrutan persiguiendo objetos en movimiento, otros necesitan resolver problemas para obtener comida, y hay quienes prefieren acechar desde la distancia antes de lanzarse. Lo fundamental no es tanto el tipo de estímulo, sino el hecho de que su conducta tenga un propósito claro, que les permita anticipar, fijar la atención y actuar cuando ellos decidan. Solo así se libera esa energía natural que, cuando queda estancada, puede dar lugar a estrés, frustración, comportamientos obsesivos o incluso estados de apatía profunda.
Los beneficios de incentivar una conducta natural
Las mejoras no tardaron en notarse. Teo, tras unas semanas, estaba más relajado, sus estallidos de energía se autorregularon de forma natural y dejó de comer con ansiedad. Lila, por su parte, comenzó a mostrarse más activa y participativa, se interesaba por lo que ocurría a su alrededor y empezó a recuperar ese brillo que Zaira ya no reconocía. “Pensaba que simplemente era una gata tranquila, pero estaba apagada”, me dijo. “Nunca imaginé que su falta de interés tenía que ver con algo tan básico como cazar”. Ambas experiencias muestran con claridad cómo, al incentivar una conducta natural, se restaura también el bienestar y la conexión con el entorno.
Convivir con un gato no se limita a ofrecerle comida, afecto y un arenero limpio. Es también entender que vive con nosotros, pero no ha dejado de ser quien es. Sus instintos no desaparecen entre paredes, y cuando no pueden expresarse, el desequilibrio aparece aunque no siempre sea visible. Permitir que un gato cace, en el sentido más amplio y adaptado, no es un lujo, sino una necesidad. Solo cuando tienen oportunidades reales de actuar, resolver y moverse con sentido, el bienestar llega, y la convivencia mejora para todos: menos estrés, menos conflictos y una calidad de vida más rica, tanto para ellos como para quienes los acompañamos.